Calidad en la docencia I

Columna escrita por Por T.M. Julio E. González Valdés, Coordinador de Postgrado y Campo Clínico de la carrera de Tecnología Médica y miembro del Equipo de Gestión en Calidad.

Existe consenso en que la calidad está en los ojos del usuario, y que es él y no el proveedor quien define si el producto o servicio es o no de calidad. El usuario juega, por tanto, un papel importante, ya que se encuentra al centro de todo el quehacer, jugando un rol preponderante en el mejoramiento continuo de la calidad de ese servicio o producto ofertado.

En la educación superior, la calidad queda determinada por dos condiciones:

Por una parte, la capacidad que tienen las Universidades para formar estudiantes que reciben el conocimiento académico, de tal modo que ellos puedan adaptarse y contribuir al crecimiento y desarrollo económico y social del país, incorporándose a un mercado laboral cada vez más competitivo, sintiéndose motivados, conformes y seguros de la formación recibida.

En este punto, es fundamental que la docencia sea de calidad, es decir, que sea capaz de desarrollar competencias valóricas y actitudinales en los alumnos, que pongan en movimiento la capacidad de actuar desde lo que la persona es, para lograr hacer algo productivo con lo que sabe.

Y por otro lado, la calidad la define, califica y evalúa justamente quienes usan o se benefician de esos procesos académicos: los alumnos, las instituciones que los contratan luego de egresar y la sociedad que recibe el aporte social del profesional.

En este punto, la docencia es de calidad cuando puede satisfacer las demandas de una sociedad del conocimiento cada vez más compleja en cuanto a formación profesional; proceso de aprendizaje que debe ser continuo permitiendo desarrollar las potencialidades de la persona y que logre instalar en ella la flexibilidad necesaria para su inserción al complejo entorno socio-cultural y productivo actual.

Por extensión, la educación es de calidad cuando logra resultados que permiten el progreso y la modernización del país.

Lo anterior supone que el sistema de formación profesional no sólo debiera tener una orientación de su currículo hacia una estructura basada en competencias, sino que los resultados de los indicadores de calidad y de los resultados obtenidos por los nuevos profesionales que terminan sus carreras estén en sintonía con lo que las instituciones demandantes definen como un desempeño efectivo y altamente deseable.

Esto significa hacer una reingeniería del diseño del currículo, pero no sólo en su dimensión de aplicación práctica de conocimientos y habilidades procedimentales, sino que también coincida con los requerimientos de las instituciones o empresas receptoras de los nuevos profesionales.

La calidad de la docencia es, por lo tanto, la sumatoria y resultante de un conjunto de procesos que conducen a su obtención, de manera que para mejorarla se debe analizar con detención todos los procesos intermedios y no sólo su resultado final.

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