Felipe Saavedra es estudiante de tercer año de Odontología y desde hace un año que es miembro de AIESEC, organización internacional que tiene como principal fin promover la interculturalidad y el liderazgo de jóvenes. Una actividad extraprogramática que lo llevó a vivir una de las experiencias más intensas de su vida estudiantil, al realizar un intercambio de dos meses en el orfanato Club Michin y en la Corporación Síndrome de Down, ambas de Colombia.
¿Por qué elegiste trabajar en estos proyectos sociales?
Porque tenía ganas de trabajar con personas con Síndrome de Down. Ya había participado en proyectos para personas de escasos recursos y programas ligados a la clase media. Quería conocer otra parte de la sociedad. También me llamó la atención la cantidad de gente que iba a conocer. Trabajé con quince personas que venían de Australia, Kenia, Argentina, Brasil, Costa Rica, Colombia y Nigeria. ¡Tratar de comunicarnos sí que fue un desafío!
¿En qué consistieron las actividades que realizaron?
Yo partí el 19 de diciembre a Colombia, un día después del último examen en la universidad. Me fui sin saber los resultados (cuenta entre risas). Llegué a trabajar al orfanato Club Michín y con ellos celebré Navidad y Año Nuevo. Después estuve en la Corporación Síndrome de Down, donde primero hicimos un seguimiento a niños entre cinco meses y cinco años con sus mamás, y después trabajamos con niños entre 5 y 9 años, realizando juegos, actividades de esparcimiento y entretención. Los fines de semana hacíamos lo que llamamos “campamentos”, destinados principalmente a personas más grandes, y organizábamos actividades de integración y herramientas para desenvolverse en la sociedad. Por otra parte, creamos un proyecto en un ansianato, como le llaman en Colombia a los asilos de ancianos, que consiste en escoger algunos adultos mayores que puedan contar a través de su experiencia la historia de Colombia y en especial de el “Bogotazo”, a manera de documental, a intercambistas de AISEC. El proyecto ya fue aprobado por AIESEC Colombia y lo implementarán este año. La idea es llevar este proyecto a varios y países y crear un sitio web en donde se cuente la experiencia.
De todas las actividades que realizaron y todas las cosas que conociste, ¿cuál es la experiencia que más te llamó la atención y que te traes para Chile?
Anécdotas hay varias. Conocí un niño con Síndrome de Down que consiguió una ayudantía de arquitectura enviando su curriculum y conocí a la chica que es representante ante la ONU de las personas con este trastorno genético. Entonces, te cambia la perspectiva y te dan ganas de hacer más cosas. Pero hay un momento que recuerdo mucho. El último día de campamento, mientras hacíamos una ronda de despedida, un chico que nunca hablaba porque físicamente le costaba mucho (cuando lo hacía, se tensaban los músculos de su cara y de su cuello) nos dijo “Lo pasé muy bien, los voy a extrañar”. Me emocioné mucho. La mayoría de la gente te puede decir lo mismo, pero puede ser una mentira o una exageración, porque no le cuesta decirlo, pero a él de verdad le costaba mucho y yo sabía que lo decía en serio.
¿Cómo crees que esta experiencia te ayuda a ti como futuro profesional de la salud?
A ser mucho más tolerante. Si el día de mañana tengo algún paciente con alguna condición distinta, voy a saber a lo que me afronto. Después de haber estado tanto tiempo con los chicos y adultos con Síndrome de Down me di cuenta que no es que ellos “no puedan”, sino que hay que darles más tiempo.