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Florencia Reyes y su experiencia en la India

La riqueza cultural y la obra de la Madre Teresa de Calcuta motivaron a la interna de 7º año de Medicina a conocer una realidad que marcará para siempre su formación profesional.

Inspirada en la obra de las Hermanas Misioneras de la Caridad, Florencia decidió partir a la India y realizar un internado electivo en el Hospital Kalighat y Daya Dan, dos de los 14 centros asistenciales de Calcuta fundados por la Madre Teresa

Pese a la intensa humedad, a los inmensos vertederos por donde juegan los niños, al continuo ruido de un tráfico que no cesa, al sufrimiento de amputados que piden ayuda y a una notoria pobreza que hizo cuestionar su fe, la interna logró sostener su impacto para cumplir su misión: entender el significado de una muerte digna.

“He vivido mi carrera trabajando para prevenir la muerte sin entenderla… esa era el cuestionamiento que necesitaba resolver en la India”, recuerda haber dicho antes de partir.

La figura de la Madre Teresa fue el puntapié inicial de esta experiencia. ¿En qué se habrá inspirado, qué es lo que hizo que su obra repercute en todo el mundo?, fueron sus primeras preguntas.

Además, quería saber cómo conviven tantas religiones en este país que representa la cuarta potencia mundial económica y que, paradójicamente, transmite un sentimiento de pobreza extrema.

Luego de buscar por internet y pedirle consejos a otra estudiante de Medicina que conocía los centros de las Hermanas de la Caridad, la interna llegó hasta el Hospital Kalighat, Home for Dying and Destitute, donde la recibieron y le dieron sus primeras tareas.

“Hola, soy Florencia Reyes y quiero trabajar con ustedes”. Sólo con esas palabras las madres superioras que lideraban el hospital la admitieron como voluntaria durante los próximos 45 días que duraría su internado electivo.

Sin importar raza, estatus social, profesión o idioma, cientos de jóvenes como Florencia llegan hasta la ciudad de Calcuta para ayudar en lo que sea necesario. Allí se encuentran con una crudeza que conmueve y que muchas veces no pudieron remediar, pues los recursos y las medicinas escaseaban por la alta demanda o por creer que los problemas de salud  se resuelven  sólo con el poder de la mente.

¿Cuáles fueron tus primeras impresiones de la India?
Es fuerte llegar a un mundo tan desconocido. Cuando salías al centro había tanta gente sufriendo en plena calle, que te sentías haciendo algo malo a la sociedad. Te ven saludable, demostrando que afuera hay un mundo mejor, y eso me hacía sentir muy mal y angustiada.
Por ejemplo, en Calcuta, gran parte de la población vive en la calle y muchos de ellos mueren ahí mismo. También hay mucha gente sin manos ni pies, eso llamó mi atención. Pregunté si había una infección, algún campo minado cercano, o si se producían accidentes con frecuencia y me respondieron que esas no eran las causas de  las amputaciones, sino que antes los padres les cortaban las manos y los pies a sus hijos para producir lástima y así les dieran dinero en la calle. Afortunadamente eso ya no sucede porque se creó una ley para prevenirlo.

¿Esto no fue impedimento para continuar?
Al principio estaba muy angustiada. Yo me creía fuerte, pero al ver esto pensé que no iba a ser capaz. Muchas veces me encontré hablando con Dios diciéndole cómo es posible que existas, porque es imposible que esto suceda y que el mundo entero no sepa que pasa. Pese a todos estos cuestionamientos, soy orgullosa y no me quise devolver. Además, este había sido mi proyecto desde muy chica y tenía que continuar.  

¿Cuál fue tu primera labor?
Llegué primero a un hogar para moribundos y enfermos graves que no tenían dónde estar. Aquí nadie tenía un rol específico. Tú eres desde el que lava la ropa, da la comida, lava a los enfermos, atiende las heridas… el que hace todos los días algo de acuerdo a la necesidad. Al principio fue chocante porque quería entregar lo que sé, pero por otro lado era maravilloso. Aquí todos éramos iguales.
También estuve en Daya Dan, un centro de rehabilitación infantil que concentra pacientes con parálisis cerebral y retardos psicomotores. Aquí nos dedicamos a su rehabilitación y, preferentemente, a darles amor. Incluso, parte del itinerario era abrazar a los niños y quedarnos por 20 minutos así, con el fin de entregar un momento de paz y cercanía a los menores.

¿Conociste también otros lugares?
Sí, también fui al leprosario que tiene como finalidad reinsertar al mundo laboral a los pacientes entregándoles las herramientas necesarias para subsistir como tejer, por ejemplo. La medicina que se practicaba ahí es la más integral que me ha tocado ver, dado que se basaba en cuatro aspectos: la salud, educación, espiritualidad y autosustentabilidad, por lo que los enfermos estaban felices en este lugar.

¿Tuviste la oportunidad de hacer algo distinto, fuera del ámbito de la salud?
Conocí a muchas personas con las que compartí impresiones, incluso chilenos y chilenas que estaban como yo allá. Una vivencia muy simpática fue el matrimonio hindú que me tocó presenciar en un pequeño pueblo. Se trataba de una pareja que no se había visto nunca y fue presentada el día de su matrimonio.
La ritualidad, alegría y los trajes que llevaban fue inolvidable… además nos marcó mucho la naturalidad con la que nos invitaron a nosotros que íbamos caminando por la calle.

Volviendo al tema médico, ¿cuáles creías que eran las enfermedades más frecuentes con las que te encontrarías allá y cómo fue la realidad?
Como era un centro de enfermedades terminales me imagené encontrar cáncer, daño hepático crónico, insuficiencia cardíaca, pero la gente en Calcuta se muere más de infecciones, muchas desconocidas para nosotros.
Además, era difícil porque al principio no sabía lo que tenían, de qué se morían, ya que los pacientes hablan indi o bengali, los doctores no daban los diagnósticos y las hermanas tampoco lo revelaban porque no querían asustarnos. De todas maneras, como yo pasaba mucho tiempo con los enfermos y les curaba diferentes heridas, me iba dando cuenta qué tenían. Finalmente,  muchos de estos pacientes  tenían  tuberculosis, sida, lepra y miasis, razón por la cual no nos revelaban los diagnósticos. Esta última enfermedad era particularmente desagradable de tratar, en primer lugar porque se manifiesta a través de pápulas de las cuales salen  larvas y cuyo único tratamiento era la extración manual de estas, tarea que podía tomar semanas.

¿Qué sucede con el dolor? ¿Cómo se enfrenta?
En  Kaligath le dan muchísima importancia al poder de la mente para enfrentar el dolor, incluso practican yoga. Tampoco tienen una terapia adecuada para el dolor porque como todo es mente, no entienden que algo te duela. Recuerdo una paciente que estaba totalmente quemada, gritaba de dolor y yo les decía que necesitábamos un analgésico, pero con suerte le  daban un paracetamol  porque como todo estaba en la mente -según las Hermanas de la Caridad- se enojaban porque la niña gritaba, no entendían que tenía el 70 por ciento del cuerpo quemado… la mente también tiene sus límites.
Por otro lado, uno ve que los pacientes nunca están solos en su dolor o en el proceso de su muerte. Las hermanas y voluntarios se preocupaban de entregar cariño, estar con cada paciente.

¿Cómo fue tu encuentro con la muerte?
El lugar donde trabajé se llama Dying and Holding Destitute, que significaría Hogar de los moribundos y abandonados, y que tiene como fin presentar dignamente al hombre ante Dios al momento de su muerte. Ahí tuve un encuentro muy profundo con una señora. Su nombre era Ushy… Siento que ha sido uno de los contactos más personales que he tenido con alguien. La quedé mirando y compartiendo el mismo sentimiento, compartíamos su muerte. Se estaban encontrando nuestras almas, eso sentía… Ahí me di cuenta que es cierto que las palabras no lo son todo.
También pensé en era necesario que la gente supiera lo que tiene, así se quedaban más tranquilos, así podían vivir sus procesos. Aquí en Chile a veces la gente está dopada y no sabe que se está muriendo. Allá era distinto, como están conscientes del proceso de su muerte, los días previos sacan su última fuerza, se comen  toda la comida o simplemente levantan una mano y al otro día mueren. Era un patrón que se repetía mucho…  Realizaban las actividades que por mucho tiempo habían dejado de hacer.

Entonces ¿cuál fue tu reflexión?, ¿lograste la misión de descubrir el significado de una muerte digna?
Después de esta experiencia finalmente creo que nadie tiene la definición de la muerte digna. Lo que es digno para mí, no es digno para el otro. Uno prefiere aferrarse a la vida mientras que el otro prefiere sentir lo que es el final de ella. Siempre hay que ponerse en el lugar de cada paciente. A veces a un paciente le hacías mucho cariño pero a otro no le gustaba el contacto físico, por lo que todo depende de cada persona.
Ahora creo que no hay una receta para la muerte digna. Lo único en común es que todos preferían sentirse acompañados. Ahora, ¿la manera?… No era ni es fácil entenderlo…

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