El embarazo adolescente es considerado a nivel mundial un problema social y de salud púbica que tiene profundas consecuencias tanto a nivel individual, como comunitario y social. En los períodos 1990-1995, y 2010-2015, Chile presentó una disminución tanto en la tasa de fecundidad global como en la específica de adolescentes, superando el nivel de América Latina y el Caribe de descenso de ambas tasas. Entre estos dos quinquenios, la tasa específica de fecundidad adolescente pasó en el país de 63,6 a 49,3 por mil (una baja del 22,5%), y el promedio de hijos por mujer entre 15 y 19 años disminuyó de 0,32 a 0,25. Ello ubica a Chile con una tasa específica de fecundidad adolescente ligeramente superior al promedio mundial (de 46,2 por mil), aunque menor al promedio regional de América Latina y el Caribe (de 66,5 por mil) (CEPAL, 2017). Si bien estas son buenas noticias y reflejan resultados positivos respecto a iniciativas de programas y políticas llevadas a cabo en las últimas décadas en esta materia, la problemática debe ser complejizada a la luz de la gran inequidad que presenta su distribución dentro de la población toda vez que se concentra en los sectores más vulnerables de la sociedad. Esto lleva a que el embarazo en la adolescencia constituya una de las actuales causas de generación y transmisión de la pobreza. Además, es una problemática que exacerba las desigualdades en las relaciones de género, acrecentando la vulnerabilidad de las mujeres adolescentes y jóvenes.
Durante la última década en el país se han realizado importantes avances en materia de políticas y normas que apoyan la prevención del embarazo adolescente. A pesar de estos avances, la prevención del embarazo adolescente se continúa centrando principalmente en las mujeres adolescentes desde enfoques biomédicos y adultocéntricos, con primacía de una visión de riesgo o peligro, y centrado en el sistema de salud.
Los resultados del proyecto Fonis “Sistematización de experiencias en Espacios Amigables para la prevención de embarazo adolescente desde un enfoque de derechos y participación” (2016-2017), del cual soy investigadora principal, muestran avances en materia de salud de adolescentes y jóvenes, entre ellos, la instalación de la temática de la salud adolescente en la agenda pública, mayor visibilización de los Espacios Amigables en las comunidades, así como un aumento en el número de éstos en el país, y mayor empoderamiento de los/as adolescentes en materia de salud sexual y reproductiva. A la luz de los resultados del proyecto destacan la generación de estrategias locales novedosas de trabajo intersectorial entre salud y educación, las cuales, a través de acciones de incorporación de equipos de salud y Espacios Amigables al interior de las escuelas buscan empoderar a adolescentes y jóvenes en materia de salud sexual y reproductiva, entre otras áreas. Potenciar este tipo de estrategias intersectoriales que ponen el foco de acción en las escuelas parece pertinente en un país como Chile, donde la formación de 12 años es obligatoria y la deserción escolar es baja. Esto significa que la escuela se presenta como el escenario idóneo para realizar acciones e intervenciones toda vez que allí es el territorio donde están niños, niñas y adolescentes.
Las estrategias de introducción de equipos de salud al interior de las escuelas permite superar muchas de las barreras tradicionales que presenta salud para la atención de adolescentes y jóvenes, entre ellas, facilita que los/as adolescentes tengan acceso inmediato a profesionales de la salud, evitando con ello la pérdida que implica el que éstos/as no asistan al consultorio. Además, la presencia constante de los profesionales de atención de salud al interior de las escuelas permite la generación de vínculos afectivos y de confianza con los/as adolescentes, condición clave para la atención de salud sexual y reproductiva. Los/as adolescentes perciben a los equipos de salud, cuando éstos están en las escuelas, como personas cercanas, empáticas, preocupados por ellos/as, rompiendo con ello la jerarquía vertical propia de la atención de salud en los consultorios. Por otra parte, la inserción de los equipos de salud en las escuelas facilita el acceso de los hombres jóvenes a la atención de salud y su oportuna atención, permitiendo que se transformen en sujetos de derecho en materia de salud sexual y reproductiva.
En mi opinión, entre los principales desafíos para el desarrollo de este tipo de experiencias están las resistencias que se pueden manifestar tanto por parte del sector salud, como por parte del sector educación, en diversos niveles. Por un lado, en los ámbitos administrativos. Por otro, resistencias culturales desde los propios profesionales de ambos sectores. La estrategia de incorporación de los Espacios Amigables al interior de los colegios conlleva, además del reto del trabajo intersectorial, el desafío de ampliar las fronteras de la acción de salud. Implica imaginar nuevos horizontes desde los cuales generar atención primaria específica para adolescentes, horizontes que rompen con la lógica sectorial de salud. Con esto, como equipo del proyecto Fonis mencionado nos parece que se fortalece el concepto de Atención Primaria, donde la salud no es sólo ausencia de enfermedad y por tanto no sólo responsabilidad de los equipos de salud, sino de toda la comunidad y de los sectores activos de cada territorio, facilitando con ello el ejercicio pleno de los/as derechos de los adolescentes y la participación de éstos en la prevención del embarazo adolescente.