Leonardo Rubio Figueroa, docente de Procedimientos diagnóstico, Gestión de calidad y Bases científicas cuenta su experiencia en China.
“Llegamos a Hong Kong el 12 de febrero, nos sorprende la cantidad de puertas de abordaje comparadas con las de nuestro aeropuerto; Gate 512 acusaba uno de los letreros en inglés y chino, ni pensar en recorrer a pie el aeropuerto para encontrar la salida… un Metro subterráneo exclusivo traslada a los pasajeros de un lado a otro a alta velocidad y aún así demora algunos minutos.
Joe, nuestro anfitrión chino, nos espera con un letrero de «bienvenidos chilenos». Viajamos 4 invitados, 3 tecnólogos médicos y un médico, todos representando un área específica del quehacer nacional en cuanto a laboratorios clínicos se refiere. La empresa china internacional requería líderes de opinión y allí estábamos, con nuestro discurso, una lustrosa bandera chilena, algunos vinos de regalo y unos pocos indios pícaros que sólo regalaríamos si la ocasión lo ameritaba… había que ser cuidadoso; ya nos habían alertado de sus costumbres y no queríamos ofender a nadie.
Inmediatamente abordamos una van que nos trasladaría a Shenzhen, una ciudad costera balneario que sería el equivalente a nuestro Viña del Mar, pero sin bañistas, sólo grandes parcelas de criaderos de ostras con cultivos de perlas. La distancia era como de Las Condes a San Bernardo, pero requiere el paso obligado por Aduana a medio camino por la carretera, Hong Kong es autónomo, casi un país aparte, con moneda propia y hasta costumbres propias. Nos sorprende la amabilidad de la policía; una caseta parecida a nuestros peajes nos obliga a detenernos, piden nuestras Visas y Pasaportes, impertérritos nos observan comparando nuestras fotos con los rostros, nos dejan pasar. El conductor saca la mano por la ventanilla y aprieta uno de los 5 botones que muestran caritas felices o amargadas. ”Es la calificación de la atención”. Explica
Ya en el hotel Kempinsky, un 5 estrellas similar a nuestro Hyatt nos preparan para llevarnos a masaje… ¡Totalmente recomendable! 3 horas de baños termales con pececillos de 5 cm que devoran con prontitud toda célula muerta de nuestra piel, hacen cosquillas al principio, media hora es suficiente y ya parecíamos renovados. No se hizo esperar la reflexoterapia y el masaje descontracturante. Nos hizo olvidar las 40 horas de vuelo, en realidad, los chinos saben hacer muy bien las cosas y se desviven por ser muy buenos anfitriones.
Nos llama la atención tanta juventud en la población china, prácticamente no vimos ancianos. A simple vista se ven todos iguales, sin embargo destaca la alegría que emanan, se ven sonrientes, nada de estresados, orgullosos y nacionalistas, no pierden momento para alabar las bondades de su nación, aún en situaciones que a nosotros no nos parecían muy beneficiosas, como su política de la vivienda.
Shenzhen es una ciudad de 17 millones de habitantes, una metrópolis del futuro, grandes edificios, algunos de 200 pisos, resalta la pulcritud y limpieza, no existe el grafiti, ni la mendicidad en las calles. Nos cuentan que hace sólo 20 años esa ciudad no existía, era un terreno baldío, sin recursos, sin nada. Les encontramos razón, era para estar orgullosos.
En la noche hicimos el intento de comunicarnos con nuestras familias, costó bastante; internet está restringido, Facebook no entra, ni nada que pueda contaminar su cultura con valores que consideran perniciosos, entre ellos la pornografía que está penada por ley. Tampoco hay delincuencia en las calles, el castigo es demasiado grande para que alguien se atreva. Además su honor no se los permite.
A la mañana siguiente visitamos un Hospital público y su laboratorio, sorprende la disciplina, el público se aprecia feliz, sobran espacios en la sala de espera, todo letrero es bilingüe, Inglés –chino, la tecnología toca niveles sorprendentes. Unas máquinas parecidas a nuestros bancomáticos entregan los resultados al toque de pantalla. Sacamos muchas fotos, hasta que un policía interviene y nos sigue como sombra hasta que abandonamos el hospital.
Al 3er día viajamos a Shanghai, tres horas de vuelo fueron necesarias, China es enorme así como sus distancias. Shanghai contiene 22 millones de almas, más que todo Chile, pero no anduvimos apretados, nos movimos con libertad pero no sin la aprensión de perdernos en dicha inmensidad. El guía nos explica que es el paraíso de las mujeres y el infierno de los hombres, aludiendo que es el paraíso de las compras, como un Mall gigante que abarca toda la ciudad.
Los edificios enormes, la iluminación derrochada en pantallas led del tamaño de todo un edificio de 50 pisos. Nos encaramaron a la “Perla del Oriente” un edificio similar a la torre Eiffel con perlas gigantes engarzadas en él. Subimos al piso 300 (tiene 370 unos 800 mts), nos espera un piso de vidrio, sobre él, parados con dignidad y orgullo chileno veíamos edificios de 100 pisos que parecían casitas. Comimos las cosas más extrañas, nada que ver con nuestra comida china “chilensis”; el aroma es mucho más fuerte, lo penetra todo, vive en el aire. Cualquier cosa desconocida lo apodamos “come y calla”, lo pasamos bien, fue algo inolvidable…al menos si tuve la certeza que comí camello.
Visitamos la fábrica de collares de perlas, abrían las ostras en nuestra presencia, también fuimos a la fábrica de seda, tuvimos el privilegio de tomar las crisálidas del gusano en nuestras manos y poder palpar y estirar la seda en bruto como parte de su manufactura. En ambos casos nos explicaron y vimos todo el proceso.
En lo que concierne a nuestra profesión, vimos como los autoanalizadores Beckman Coulter se fabrican en Shenzhen en una línea de producción de principio a fin y se envían a todo el mundo. Creo que la firma que nos invitó quedó conforme, fuimos llevados a la presidencia de la empresa y nos interrogaron con mucha cordialidad en un perfecto inglés. Tal vez pronto los tengamos en Chile, fue un viaje extraordinario de esos que se hacen sólo una vez en la vida».
T.M. Leonardo Rubio Figueroa
Docente de Procedimientos diagnóstico, Gestión de calidad y Bases científicad de Tecnología Médica